No se puede amar a un país, se ama a una idea de país; el no darse cuenta de esto ha creado crueles enfrentamientos entre compatriotas y ha frenado el poder sumar lo mejor de cada perspectiva ideológica. El amor a un país es una imagen deformada, por el idealismo y las tradiciones, del amor a sus gentes. No se puede amar a una país, pero sí se puede amar a sus ciudadanos, vengan de donde vengan y tengan las ideas que tengan, amarlos de tal forma que todos puedan aportar a la sociedad lo mejor de sí mismos sin dejar de ser ellos mismos; el día que se entienda esto habremos dado un paso imprescindible para llegar a una auténtica democracia, una democracia sabia, una democracia de corazón.
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