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SOMOS MUCHOS, PERO SOMOS SOLO UNA HUMANIDAD

 

   La humanidad no necesita ni de patrias ni de banderas, tan solo ser reconocida en su belleza y en sus potenciales. El humanismo o es válido para toda la humanidad o no es humanismo. Ver en el necesitado sus necesidades es el primer paso, pero no hay que olvidar que sus necesidades no se acabarán hasta que sepamos reconocer en él su grandeza como ser único, su calidad de pieza insustituible en el puzle de la creación de una humanidad auténticamente humana, que es capaz de por fin expresar su plena belleza y creatividad y dedicar ambas a la construcción de un nuevo mundo: somos muchos, pero somos solo una humanidad.


La humanidad ha de acogerse a sí misma y descubrir los bellos futuros que le esperan. La fe en la humanidad ha de ser más grande que sus dramas y sus divisiones, precisamente por eso ha de ser un valor educativo esencial: que nadie salga de la escuela sin creer en la humanidad.


LA NAVIDAD ES UNA FIESTA A CELEBRAR TODOS LOS DÍAS

  

    La auténtica magia de la Navidad comienza cuando comprendemos que el Niño Jesús representa a todos los niños del mundo: todos nacemos renunciando a recordar quienes somos en unas condiciones que tampoco recordamos haber elegido, todos sacrificamos nuestra propia identidad para vivir identidades impuestas por nuestras circunstancias de nacimiento. Y todo ese "sacrificio" lo hacemos para, desde la inocencia de nuestra esencia, jugar a ser humanos y descubrir así la belleza que encierra el hecho de nacer y vivir desde la fragilidad: el Niño Jesús nos recuerda a todos el valor que hemos tenido al nacer, renunciando a lo que somos para hacer más grande lo que somos. La Navidad, entendida como nuestro propio nacimiento a la vida, es una fiesta a celebrar todos los días.


Nacer a la vida física es una gran aventura que nos convierte a todos en valientes.